ES SOLO SANGRE
(AFORISMOS DE LA ISLA DESIERTA)
(SATORI À LA RIMBAUD)
(PATCHWORK)
(SWEET SIXTEEN)
(REFLUJOS)
(CARDOZA FOREVER)
Por Maurice Echeverría
Para Arturo Aguilar
08/08
08/08
Editorial Zanate
El intestino como mapa espiritual.
No deja de sorprenderme cómo lo inconfesable, lo colosal, lo teatral, lo filantrópico, un segundo más tarde no es más que cotidianidad y bostezo: esta despresurización constante de lo sublime es lo que hace de nosotros los poetas payasos y de los payasos… payasos.
El horror de querer complacer todo el tiempo: el matrimonio.
¿Ser infeliz es acaso algo tan inconfesable?
Si sigo buscando es porque soy ambicioso; pero siendo honesto, ya encontré.
La tolerancia es un cuadrilátero en donde te está dando una paliza tu poca indignación.
Habrá que sacarle los ojos a los ciegos, por mera retórica.
La censura es el material de construcción de los muros ideológicos de mi pensamiento.
Los hijos, ese engrudo de los matrimonios.
Un pesimista escribiendo novelas: paradoja cósmica.
El aforismo, último bastión del escritor antes de la carnicería del silencio. El poeta, herido de muerte, espera a los soldados enemigos con una granada en la mano: un aforismo. Sabe que va a morir pero no sin llevarse antes a unos cuántos.
Nadie se suicida en su insomnio; tener insomnio es justamente no poder matarse, es no poder dormir.
La cera de mi entusiasmo se derrite ante el calor de mi ironía.
Y entendí lo que había en tus ojos: una estrella de cinco muertos.
Los objetos materiales como ideas que se cristalizaron a lo largo de la eternidad.
Estar en forma lo es todo. Estar en contenido no tiene mayor relevancia.
Al convivir con una persona llega el momento cuando las distancias –cortas o largas– son ya solamente emocionales. El espacio y la materia son criaturas secundarias.
Se hizo varón: se enojó.
La noche me ha llenado de sombras que durarán todo el día.
El tedio, en su forma más juancarlosonettiana.
La torpeza siendo la peor de las complicidades.
Tiernos ciudadanos: perdieron la inocencia, más no la ingenuidad.
La tragedia del cristianismo es que toda vez que desea emanciparse de su propia historia genera más historia.
La soledad es una tarjeta que cayó de un libro que estaba leyendo, abandonada allí desde quién sabe cuándo, y en la tarjeta está un nombre, como si ya lo hubiese olvidado, salvo que ese nombre nunca lo olvidaré.
El aperitivo de los muertos son los siglos.
Las ventanas, ellas también, envejecen.
He quemado las naves… y el océano entero.
Ella ha encontrado una nueva ilusión, que me desilusiona.
Incluso nadar con la corriente es imposible. Ya no hay corriente.
La noche se aclara la garganta: amanece.
El noble propósito de pasar el rato.
Me casé para estar con ella, sí, pero también para no estar con nadie más.
Me duele saber que no he aprovechado lo suficiente esta ventana.
Jamás le des la espalda a tu ego por buscar a Dios: te apuñalaría al instante.
Hoy estoy bien, pero como todo, eso también lo voy a pagar.
¿Quieres ser un héroe? Sé viril. ¿Quieres ser un sabio? Sé viril. ¿Quieres ser un santo? Sé viril.
Quemar los puentes para llegar a la soledad pero resulta que la soledad también es un puente.
Esa canción, esa lanza en el costado.
En el infierno, unos mil versos te esperan para destruirte a fuerza de cruel belleza.
Cerebros rosaditos, plagando el mundo de creatividad.
Mi corazón es duro y es blando, dependiendo del sector.
Bella como el último grito de un ángel ahogado.
¿Y quién sino yo puede liberar a todos esos presos que hacen trabajos forzados en tu corazón?
Incluso el ayer es impuntual.
Irritante situación de aquellos que no se caen bien pero que no están dispuestos a caerse mal tampoco.
He llegado a considerar la inmortalidad de mi hígado.
La historia de un hombre que se enamora de su cáncer.
Pertenezco a ese segmento de la población al cual a veces se le olvida respirar.
Todas las mañanas despierta y maldice a todos y cada uno de sus congéneres. Ese rencor es lo único que le previene de asesinarlos.
La condición de lo sagrado es que no lo sea todo el tiempo.
Recordar: espiar la muerte.
Los hombres sensatos cuidan metódicamente las horas y los minutos. Para el resto de nosotros, no existe sino una espera inútil, que no importa derrochar.
Hay regiones que tú no habitas, pero que te habitan ciertamente a ti.
Ciegos tratando de descifrar con dedos lívidos el espacio muerto.
No tengas miedo de mí o de esta mano, solamente cortada.
El poeta puede escribir para todos, pero debe hacerlo solo.
Prisa, correr, ir dejando órganos, vísceras, en la calle, en los bancos.
Venerar otra cosa que el instante es la peor de las idolatrías.
Padre: tu boca me ha enlutado la lengua durante toda una vida.
Libros, pájaros que no mataré.
Mi padrastro es bañarse en agua helada para demostrarle a mi padrastro que yo también me baño en agua helada.
Un verso como el trazo sanguinario de una katana en un torso.
Oh, la vileza, la avaricia: he comprado pan y sentido que había cometido un terrible error de presupuesto.
Miedo a ser mirado por tus ojos que no me miran.
El prisionero que se libera escribiendo un verso, una verdad, sobre las mismas paredes que hacen su cárcel.
El placer de ver cine sabiéndolo, estando consciente del milagro.
Hay psiques marcadamente politeístas.
La profundidad es aceitosa.
No me cabe duda de que el mío es un cerebro seriamente dañado. Ya solo me queda observarlo, como se observa una formación curiosa en una cueva húmeda.
Nunca se sabe, con estas criaturas espirituales.
Muerte a la asepsia: agarrar el pasamanos.
Esta es mi cárcel. Este mi museo de amarguras. Estos son mis siete muros ptolomeicos.
Hermosos miedos irracionales que me presta la ciudad.
Amigos del poeta son aquellos que le ayudan a cuidar su capital poético.
Esta superstición mía de que todos los intentos por organizar la vida la corrompen profundamente.
Un complot entre santos es igual de bello que una nobleza entre piratas.
Tengo una luz cómo de aeropuerto de Dallas dentro de mí.
El punto mágico en dónde el grafito del lápiz se transforma en metáfora.
El psiquiatra como sastre de la química cerebral.
Nunca más trabajar con verdades: solo con perspectivas. Nunca más trabajar con estados: solo con tendencias.
El malestar que tenía se ha esfumado como una alergia cualquiera, al cambiar de aire. Triste y reconfortante a la vez.
Dios se afirma a sí mismo en forma de pregunta.
Iluminarse con lo que se tenga a la mano, a dentelladas.
Acepta tu fracaso; acepta el fracaso de todos los pájaros.
“¿Picasso?”, dijo. “No estoy seguro que haya existido”.
Tedio hirviente, tedio tropical, tedio tercer mundo.
Escribir una palabra un determinado número de veces; luego, conscientemente, evadirla por el resto de la vida.
Sueño sumamente woodyalleniano: mi madre gana el primer lugar en un concurso de novela que yo esperaba ganar.
Romper el envase–pensamiento y ver qué se derrama.
Alguien, del otro lado, cuyo propósito, misión y única ocupación es desdibujar mi rostro.
Transmigro de apunte en apunte.
El tiempo libre, para una persona como yo, es arsénico.
Si tienes dos soluciones ya tienes otro problema.
¿Quieres reconstruir tu cerebro? Elige un punto. Cultívalo. Agrándalo. Pronto ese punto será tu cerebro.
Amo esta casa hecha de gestos repetidos.
Toda la suma de mis apariencias se ha caído como un techo demasiado viejo, herido por la luz del sol.
Fui al súper. Un hombre de aspecto desordenado iba en el pasillo, hablando solo. Lo vi. Éramos el mismo.
Jóvenes cerebros en búsqueda de una ciudadanía química…
Todas esas ansiedades han ido a encallar a las orillas pacíficas de un cuerpo que duerme…
Contra todos los cinceles, contra mortales golpes de caos, contra todo aquello que convulsiona, hay un domingo, con su tedio, su hipocondría, su grande mano muerta.
Casi eres ángel sobre el sofá desnuda.
El museo internético es tan grande que ya el mundo se mira chiquito a la par.
Me reconforta un buen día de trabajo. Tengo eso de masón.
Estoy viendo tullidos por todos lados.
Esta calle inacabable, este moridero.
En ciertos momentos, lo que más me mantiene unido a la vida es la perspectiva de leerla o escribirla.
No piensan; solo practican el karaoke de las ideas.
Esta impotencia, estos puños de pañuelo…
Tantos puertos tiene el odio.
Me están Viendo.
El punto cumbre de mi existencia es esta frase, este punto.
Conviene ensuciarlos un poquito, los poemas.
Los carros tienen venas.
Unas ganas de romperle la cara contra un cajero automático, ante la cámara impávida, que lo filma todo.
Vivir en acaso, en más o menos.
Las muertes que imaginamos, las que vamos cosiendo con gran fantasía, día a día, bajo el sol.
Amigo, no tengas miedo: soy imaginario.
Fría como el hielo tocando la pared del vaso.
Hay días en que el anciano que ya parcialmente soy es completamente.
Como pájaro urbano, buscando las migajas muertas.
Algunos aforismos son como vastas cavernas inagotables.
Los adúlteros… una máscara entre las sábanas.
Si la tradición no está ayudando a encontrar cosas más allá de la tradición, entonces la tradición no sirve de nada.
Seres–museos: todo en ellos es viejo.
La vida a ratos es menos infernal de lo que uno está dispuesto a aceptar.
El más allá del aquí nomás.
Cábala: qué brutal Amazonas.
Antes de poder llegar a mi abuela, hay que traspasar ochenta capas de vejez.
Nuestros mejores interlocutores no están en el cuarto, porque están muertos.
La poesía es intransferible. Un rayo constante de soledad.
La miseria se va con tanta facilidad… Se siente uno traicionado.
Me resulta excitante llevar una vida tan tediosa.
Este acero mío, la palabra.
De buena gana me sentiría indispuesto.
Espléndidas capas de pellejo que el hombre va dejando en la sala de estar.
Una unidad biológica, ahogándose en su propia ilusión de sentido.
Ochenta detectives, buscándome en los desiertos.
Como un ciego en un mundo de aire.
El desierto requiere de una multitud de precisas y meticulosas acciones vitales: prescinde de una de ellas y sufrirás las consecuencias.
¡Ensangrentarse por un poco de sentido!
Quiero para mí el prestigio de no responderle a los críticos, y menos aún a los que critican el que no lo haga.
La máscara de la mentira es, simplemente, la verdad.
Se habla de lo inhumano, más no de lo inanimal, o indivino.
Todos esos feligreses, lamiendo un gran ojo muerto.
No seré yo quien meta la mano en ese hormiguero oscuro que tienes por pecho.
Cuando era joven buscaba, buscábamos (éramos varios) la marginalidad: lo cuál era una manera de estar en el centro de todo. Pero la verdadera marginalidad es esta vida lenta de clase media que ahora llevo, y en donde nadie realmente me mira, y en donde yo no miro realmente a nadie.
Di las ochenta y tres cosas que tienes que decir. Luego calla.
Un espejo estrangulado.
El camino de la incertidumbre creadora, que no es decir el camino de la creación incierta.
El cuervo da unos golpecitos en la ventana, entra, me mira como diciendo “este ni muy siquiera vale el esfuerzo” y sale sin decir nada.
Ya conoces la naturaleza humana. Ahora deja de llorar.
No pierdas el tiempo pensando de qué modo no perder el tiempo, pues por definición el tiempo es algo que se pierde.
Se cortó con el cuchillo de cocina, abriendo una lata. “No te preocupes”, me dijo. “Es solo sangre”.
El intestino como mapa espiritual.
No deja de sorprenderme cómo lo inconfesable, lo colosal, lo teatral, lo filantrópico, un segundo más tarde no es más que cotidianidad y bostezo: esta despresurización constante de lo sublime es lo que hace de nosotros los poetas payasos y de los payasos… payasos.
El horror de querer complacer todo el tiempo: el matrimonio.
¿Ser infeliz es acaso algo tan inconfesable?
Si sigo buscando es porque soy ambicioso; pero siendo honesto, ya encontré.
La tolerancia es un cuadrilátero en donde te está dando una paliza tu poca indignación.
Habrá que sacarle los ojos a los ciegos, por mera retórica.
La censura es el material de construcción de los muros ideológicos de mi pensamiento.
Los hijos, ese engrudo de los matrimonios.
Un pesimista escribiendo novelas: paradoja cósmica.
El aforismo, último bastión del escritor antes de la carnicería del silencio. El poeta, herido de muerte, espera a los soldados enemigos con una granada en la mano: un aforismo. Sabe que va a morir pero no sin llevarse antes a unos cuántos.
Nadie se suicida en su insomnio; tener insomnio es justamente no poder matarse, es no poder dormir.
La cera de mi entusiasmo se derrite ante el calor de mi ironía.
Y entendí lo que había en tus ojos: una estrella de cinco muertos.
Los objetos materiales como ideas que se cristalizaron a lo largo de la eternidad.
Estar en forma lo es todo. Estar en contenido no tiene mayor relevancia.
Al convivir con una persona llega el momento cuando las distancias –cortas o largas– son ya solamente emocionales. El espacio y la materia son criaturas secundarias.
Se hizo varón: se enojó.
La noche me ha llenado de sombras que durarán todo el día.
El tedio, en su forma más juancarlosonettiana.
La torpeza siendo la peor de las complicidades.
Tiernos ciudadanos: perdieron la inocencia, más no la ingenuidad.
La tragedia del cristianismo es que toda vez que desea emanciparse de su propia historia genera más historia.
La soledad es una tarjeta que cayó de un libro que estaba leyendo, abandonada allí desde quién sabe cuándo, y en la tarjeta está un nombre, como si ya lo hubiese olvidado, salvo que ese nombre nunca lo olvidaré.
El aperitivo de los muertos son los siglos.
Las ventanas, ellas también, envejecen.
He quemado las naves… y el océano entero.
Ella ha encontrado una nueva ilusión, que me desilusiona.
Incluso nadar con la corriente es imposible. Ya no hay corriente.
La noche se aclara la garganta: amanece.
El noble propósito de pasar el rato.
Me casé para estar con ella, sí, pero también para no estar con nadie más.
Me duele saber que no he aprovechado lo suficiente esta ventana.
Jamás le des la espalda a tu ego por buscar a Dios: te apuñalaría al instante.
Hoy estoy bien, pero como todo, eso también lo voy a pagar.
¿Quieres ser un héroe? Sé viril. ¿Quieres ser un sabio? Sé viril. ¿Quieres ser un santo? Sé viril.
Quemar los puentes para llegar a la soledad pero resulta que la soledad también es un puente.
Esa canción, esa lanza en el costado.
En el infierno, unos mil versos te esperan para destruirte a fuerza de cruel belleza.
Cerebros rosaditos, plagando el mundo de creatividad.
Mi corazón es duro y es blando, dependiendo del sector.
Bella como el último grito de un ángel ahogado.
¿Y quién sino yo puede liberar a todos esos presos que hacen trabajos forzados en tu corazón?
Incluso el ayer es impuntual.
Irritante situación de aquellos que no se caen bien pero que no están dispuestos a caerse mal tampoco.
He llegado a considerar la inmortalidad de mi hígado.
La historia de un hombre que se enamora de su cáncer.
Pertenezco a ese segmento de la población al cual a veces se le olvida respirar.
Todas las mañanas despierta y maldice a todos y cada uno de sus congéneres. Ese rencor es lo único que le previene de asesinarlos.
La condición de lo sagrado es que no lo sea todo el tiempo.
Recordar: espiar la muerte.
Los hombres sensatos cuidan metódicamente las horas y los minutos. Para el resto de nosotros, no existe sino una espera inútil, que no importa derrochar.
Hay regiones que tú no habitas, pero que te habitan ciertamente a ti.
Ciegos tratando de descifrar con dedos lívidos el espacio muerto.
No tengas miedo de mí o de esta mano, solamente cortada.
El poeta puede escribir para todos, pero debe hacerlo solo.
Prisa, correr, ir dejando órganos, vísceras, en la calle, en los bancos.
Venerar otra cosa que el instante es la peor de las idolatrías.
Padre: tu boca me ha enlutado la lengua durante toda una vida.
Libros, pájaros que no mataré.
Mi padrastro es bañarse en agua helada para demostrarle a mi padrastro que yo también me baño en agua helada.
Un verso como el trazo sanguinario de una katana en un torso.
Oh, la vileza, la avaricia: he comprado pan y sentido que había cometido un terrible error de presupuesto.
Miedo a ser mirado por tus ojos que no me miran.
El prisionero que se libera escribiendo un verso, una verdad, sobre las mismas paredes que hacen su cárcel.
El placer de ver cine sabiéndolo, estando consciente del milagro.
Hay psiques marcadamente politeístas.
La profundidad es aceitosa.
No me cabe duda de que el mío es un cerebro seriamente dañado. Ya solo me queda observarlo, como se observa una formación curiosa en una cueva húmeda.
Nunca se sabe, con estas criaturas espirituales.
Muerte a la asepsia: agarrar el pasamanos.
Esta es mi cárcel. Este mi museo de amarguras. Estos son mis siete muros ptolomeicos.
Hermosos miedos irracionales que me presta la ciudad.
Amigos del poeta son aquellos que le ayudan a cuidar su capital poético.
Esta superstición mía de que todos los intentos por organizar la vida la corrompen profundamente.
Un complot entre santos es igual de bello que una nobleza entre piratas.
Tengo una luz cómo de aeropuerto de Dallas dentro de mí.
El punto mágico en dónde el grafito del lápiz se transforma en metáfora.
El psiquiatra como sastre de la química cerebral.
Nunca más trabajar con verdades: solo con perspectivas. Nunca más trabajar con estados: solo con tendencias.
El malestar que tenía se ha esfumado como una alergia cualquiera, al cambiar de aire. Triste y reconfortante a la vez.
Dios se afirma a sí mismo en forma de pregunta.
Iluminarse con lo que se tenga a la mano, a dentelladas.
Acepta tu fracaso; acepta el fracaso de todos los pájaros.
“¿Picasso?”, dijo. “No estoy seguro que haya existido”.
Tedio hirviente, tedio tropical, tedio tercer mundo.
Escribir una palabra un determinado número de veces; luego, conscientemente, evadirla por el resto de la vida.
Sueño sumamente woodyalleniano: mi madre gana el primer lugar en un concurso de novela que yo esperaba ganar.
Romper el envase–pensamiento y ver qué se derrama.
Alguien, del otro lado, cuyo propósito, misión y única ocupación es desdibujar mi rostro.
Transmigro de apunte en apunte.
El tiempo libre, para una persona como yo, es arsénico.
Si tienes dos soluciones ya tienes otro problema.
¿Quieres reconstruir tu cerebro? Elige un punto. Cultívalo. Agrándalo. Pronto ese punto será tu cerebro.
Amo esta casa hecha de gestos repetidos.
Toda la suma de mis apariencias se ha caído como un techo demasiado viejo, herido por la luz del sol.
Fui al súper. Un hombre de aspecto desordenado iba en el pasillo, hablando solo. Lo vi. Éramos el mismo.
Jóvenes cerebros en búsqueda de una ciudadanía química…
Todas esas ansiedades han ido a encallar a las orillas pacíficas de un cuerpo que duerme…
Contra todos los cinceles, contra mortales golpes de caos, contra todo aquello que convulsiona, hay un domingo, con su tedio, su hipocondría, su grande mano muerta.
Casi eres ángel sobre el sofá desnuda.
El museo internético es tan grande que ya el mundo se mira chiquito a la par.
Me reconforta un buen día de trabajo. Tengo eso de masón.
Estoy viendo tullidos por todos lados.
Esta calle inacabable, este moridero.
En ciertos momentos, lo que más me mantiene unido a la vida es la perspectiva de leerla o escribirla.
No piensan; solo practican el karaoke de las ideas.
Esta impotencia, estos puños de pañuelo…
Tantos puertos tiene el odio.
Me están Viendo.
El punto cumbre de mi existencia es esta frase, este punto.
Conviene ensuciarlos un poquito, los poemas.
Los carros tienen venas.
Unas ganas de romperle la cara contra un cajero automático, ante la cámara impávida, que lo filma todo.
Vivir en acaso, en más o menos.
Las muertes que imaginamos, las que vamos cosiendo con gran fantasía, día a día, bajo el sol.
Amigo, no tengas miedo: soy imaginario.
Fría como el hielo tocando la pared del vaso.
Hay días en que el anciano que ya parcialmente soy es completamente.
Como pájaro urbano, buscando las migajas muertas.
Algunos aforismos son como vastas cavernas inagotables.
Los adúlteros… una máscara entre las sábanas.
Si la tradición no está ayudando a encontrar cosas más allá de la tradición, entonces la tradición no sirve de nada.
Seres–museos: todo en ellos es viejo.
La vida a ratos es menos infernal de lo que uno está dispuesto a aceptar.
El más allá del aquí nomás.
Cábala: qué brutal Amazonas.
Antes de poder llegar a mi abuela, hay que traspasar ochenta capas de vejez.
Nuestros mejores interlocutores no están en el cuarto, porque están muertos.
La poesía es intransferible. Un rayo constante de soledad.
La miseria se va con tanta facilidad… Se siente uno traicionado.
Me resulta excitante llevar una vida tan tediosa.
Este acero mío, la palabra.
De buena gana me sentiría indispuesto.
Espléndidas capas de pellejo que el hombre va dejando en la sala de estar.
Una unidad biológica, ahogándose en su propia ilusión de sentido.
Ochenta detectives, buscándome en los desiertos.
Como un ciego en un mundo de aire.
El desierto requiere de una multitud de precisas y meticulosas acciones vitales: prescinde de una de ellas y sufrirás las consecuencias.
¡Ensangrentarse por un poco de sentido!
Quiero para mí el prestigio de no responderle a los críticos, y menos aún a los que critican el que no lo haga.
La máscara de la mentira es, simplemente, la verdad.
Se habla de lo inhumano, más no de lo inanimal, o indivino.
Todos esos feligreses, lamiendo un gran ojo muerto.
No seré yo quien meta la mano en ese hormiguero oscuro que tienes por pecho.
Cuando era joven buscaba, buscábamos (éramos varios) la marginalidad: lo cuál era una manera de estar en el centro de todo. Pero la verdadera marginalidad es esta vida lenta de clase media que ahora llevo, y en donde nadie realmente me mira, y en donde yo no miro realmente a nadie.
Di las ochenta y tres cosas que tienes que decir. Luego calla.
Un espejo estrangulado.
El camino de la incertidumbre creadora, que no es decir el camino de la creación incierta.
El cuervo da unos golpecitos en la ventana, entra, me mira como diciendo “este ni muy siquiera vale el esfuerzo” y sale sin decir nada.
Ya conoces la naturaleza humana. Ahora deja de llorar.
No pierdas el tiempo pensando de qué modo no perder el tiempo, pues por definición el tiempo es algo que se pierde.
Se cortó con el cuchillo de cocina, abriendo una lata. “No te preocupes”, me dijo. “Es solo sangre”.